viernes, 9 de septiembre de 2011

Romance Elegíaco por Luis de Miranda

Romance Elegíaco
por Luis de Miranda de Villafaña

Escritor español que nació en Plasencia, aproximadamente en 1500, y falleció hacia 1575. Llegó a Sudamérica con Pedro de Mendoza y se vio envuelto en la política de Paraguay en el bando de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Tras el encarcelamiento de éste, Fray Luis conspiró para conseguir su liberación, y por ello fue sentenciado a ocho meses de prisión. 
    Romance elegíaco trata de la conquista del Río de la Plata y es uno de los primeros poemas que habla del Paraguay. Su primera obra teatral la escribió en Asunción; se trata de un drama en siete actos titulado Comedia pródiga, en ella combina elementos sacados de la Celestina, con la historia bíblica del hijo pródigo.
    Más tarde Mujica Láinez va a escribir "El hambre", cuento integrado en Misteriosa Buenos Aires, donde establece una relación intratextual con el Romance.

Año de mil y quinientos
que de veinte se decía,
cuando fue la gran porfía
de Castilla,
sin quedar ciudad ni villa,
que a todas inficionó,
por los malos, digo yo,
comuneros,
 que los buenos caballeros
quedaron tan señalados
afirmados y acendrados
como el oro.
Semejante al mal que lloro
cual fue la comunidad
tuvimos otra en verdad
subsecuente:
en las partes del poniente,
en el Río de la plata.
Conquista la más ingrata,
a su señor
desleal y sin temor,
enemiga del marido,
que manceba siempre ha sido
que no alabo,
cual los principios al cabo
aquesto ha tenido cierto
que seis maridos ha muerto
la señora.
Y comenzó la traidora
tan a ciegas y siniestro,
que luego mata al maestro
que tenía,
Juan Osorio se decía
el valiente capitán
Juan de Ayolas y Luján
y Medrano.
Salazar por cuya mano
tanto mal nos sucedió;
Dios haya quien lo mandó
tan sin tiento
tan sin ley ni fundamento,
con tan sobrado temor,
con tanta envidia y rencor
y cobardía.
En punto desde aquel día,
todo fue de mal en mal,
la gente y el general
y capitanes.
Trabajos, hambres y afanes
nunca nos faltó en la tierra
y así nos hizo la guerra
la cruel.
Frontera de San Gabriel
a do se hizo el asiento,
allí fue el enterramiento
de la armada;
cosa jamás no pensada,
que cuando no nos catamos
de dos mil aun no quedamos
en doscientos.
Por los malos tratamientos
muchos buenos acabaron
y otros los indios mataron
en un punto.
 Y lo que más que esto junto
nos causó ruina tamaña,
fue la hambre más extraña
que se vio.
La ración que allí se dio
de harina y bizcocho,
fueron seis onzas u ocho,
mal pesadas.
Las viandas más usadas
eran cardos que buscaban
y aun estos no los hallaban
todas veces.
El estiércol y las heces
que algunos no digerían,
muchos tristes los comían,
que era espanto.
Allegó la cosa a tanto
que como en Jerusalén,
la carne del hombre también
la comieron.
Las cosas que alli se vieron,
no se han visto en escritura.
¡Comer la propia asadura
de su hermano! ¡Oh, juicio soberano
que notó nuestra avaricia
y vio la recta justicia
que allí obraste!
A todos nos derribaste
la soberbia por tal modo
que era nuestra casa y lodo
todo uno.
Pocos fueron o ninguno
que no se viese citado,
sentenciado y emplazado
de la muerte.
Más tullido el que más fuerte,
el más sabio más perdido,
el más valiente caído
y hambriento.
Almas puestas en tormento
en vernos, cierto, a todos.
De mil maneras y modos
ya penando.
Unos contillo llorando
por las calles derribados,
otro lamentando echados
tras los fuegos,
del humo y ceniza ciegos,
y flacos, descoloridos,
otros de desfallecidos
tartamudos.
Otros del todo ya mudos
que huelgo echar no podían;
así los tristes morían
rabiando.
Los que quedaban, gritando,
decían: Nuestro General
ha causado aqueste mal,
que no ha sabido
gobernarse, y ha venido
aquesta necesidad.
Causa fue su enfermedad,
que, si tuviera
más fuerzas y más pudiera
no nos viéramos a punto
de vernos así tan juntos
a la muerte.
¡Múdenos tan triste suerte,
dando Dios un buen marido,
sabio, fuerte y atrevido
a la viuda!

El amor grabado en una copa por Oenomao

 El amor grabado en una copa 
por Oenomao

¡Cincelado el Amor en una copa!
¿Para qué tal adorno aquí se ha puesto?
¿No inflama acaso al corazón el vino?
¿No es esto al fuego acumular más fuego?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Siempre y nunca contra a veces de Subcomandante Marcos


Siempre y nunca contra a veces
Subcomandante Marcos

Este texto forma parte del libro “Los otros cuentos” Relatos del Subcomandante Marcos, Editado en el año 2008 por Red solidaria con Chiapas Buenos Aires, como un hermoso libro –Cd donde distintas personalidades del arte y la cultura leen diversos cuentos del Sub.
Así leen Nora Cortiñas, Madres de Plaza de mayo, Manuel Callau, Actor, León Gieco, Músico, Julieta Diaz, Actriz, Daniel Viglietti, Músico, Liliana Daunes, Comunicadora, Eduardo Galeano, Escritor, Daniel Fanego, Actor, Gastón Pauls , Actor, Eduardo Nachman de HIJOS, Juan Palomino, Actor y Alba Lanzolloto de Abuelas de Plaza de mayo. Se imprimió en Artes Gráficas Chilavert, empresa recuperada y autogestionada por sus trabajadores.

Había una vez dos veces. Una se llamaba una vez y la otra se llamaba otra vez.
Una y otra vez formaban la familia A veces, que vivía y comía de vez en vez.
Los grandes imperios dominantes eran siempre y nunca que, como es evidente, odiaban a muerte a la familia A veces.
Ni siempre ni nunca toleraban que los A veces existieran.
Siempre no podía permitir que una vez viviera en su reino porque entonces siempre dejaba de serlo porque si ya hay una vez entonces ya no hay siempre.
Nunca tampoco podía permitir que otra vez apareciera otra vez en su reino porque nunca no puede vivir con una vez ni menos si esa vez es otra vez.
Pero una vez y otra vez se la pasaban molestando una y otra vez a siempre y a nunca. Y así fue hasta que siempre las dejó en paz para siempre y nunca nunca las volvió a molestar.
Y una vez y otra vez se la pasaron jugando una y otra vez.
“¿Qué me ves?" preguntaba una vez, y otra vez contestaba: “¿Pues qué no ves?"
Y así se la pasan felices de vez en vez, ya ves. Y siempre fueron una y otra vez y nunca dejaron de ser A veces. Tan, tan.

Moraleja 1: A veces es muy difícil distinguir entre una vez y otra vez.
Moraleja 2: Nunca hay que decir siempre (bueno, a veces sí).
Moraleja 3: Los “siempres” y los “nuncas” los imponen los de arriba, pero abajo aparecen “los molestos” una y otra vez que, a veces, es otra forma de decir “los diferentes” o de vez en vez, “los rebeldes”.
Moraleja 4: Nunca vuelvo a escribir un cuento como éste, y yo siempre cumplo lo que digo (bueno, a veces no).


 

La rebelión de las Estrellas de Lia Ester Rossi


La rebelión de las estrellas
 Lia Ester Rossi

Sucedió algo impredecible… En verdad aterrador para el mundo, que se desmoronó como un castillo de naipes derribado por un vendaval. Sólo se salvaron los niños poseedores de la inocencia y la ternura; en verdad los únicos que merecieron salvarse.
 La hecatombe fue más terrible que el Big Bang de hace quince mil millones de  años, que diera  origen al Universo poblado desde ese momento, de galaxias, estrellas, cometas y nebulosas que lo engalanaron con su belleza.
 Milenios más tarde los hombres con sus ciudades poblaron la Tierra mezclando sus diferentes culturas con la Madre Naturaleza avasallándola más de una vez con sus inventos.
 Les preocupaba desde siempre el milagro de lo creado y lo explicaron de maneras distintas, a veces contradictorias, contemplando, analizando, estudiando la bóveda celeste que los envolvía. Algunas civilizaciones creyeron que Zeus enamorado no siempre de las mismas diosas tachonando el cielo con las innumerables constelaciones, sus hijas, producto del amor o de la venganza. Allí estaban Calisto, Arcade, Hermes, Cástor, Pólux o las Nereidas, aunque los humanos con su mala costumbre de vulgarizarlo todo las apodaron Osas, Canes, Aguador, Jirafa, Cazador. Otros hombres de otras razas y épocas distantes habían atribuido la creación a un Dios único, omnipotente y eterno que siguiendo un orden perfecto fue capaz de hacer el Universo en siete días tomándose un descanso. Con el correr del tiempo las opiniones se dividieron dando lugar a religiones, filosofías y creencias que los enfrentaron.
 Lo cierto es que la humanidad crecía; la técnica y la investigación se perfeccionaron a tal punto que algunos mortales comenzaron a pensar si ellos podrían ser como el viejo y poderoso Zeus o mejor aún como el Dios imperecedero del cual se había hablado tanto. No todo había sido evolución y progreso entre los terráqueos, también habían sufrido castigos y calamidades, el diluvio, los incendios, las guerras, los terremotos, las enfermedades, la muerte.
 Muchas civilizaciones sucumbieron y otras nuevas sobrevivieron; algunas soportaron humillaciones indecibles, como los Minoicos tan progresistas, como los Fenicios sufriendo la captura de su Minotauro.
 También los Atlantes desaparecieron de la faz de la Tierra; las culturas se sucedían dando origen a la historia pero había ciertas constantes que minaban el corazón de los hombres: la ambición, el poder, el odio, el desenfreno y algo que llamaban gloria, aunque su logro les impidiera ver el sufrimiento de otros hombres padeciendo hambre o injusticias que los sumergía en la incredulidad y la desesperanza. El amor que da sentido a la vida, la amistad que infunde consuelo a las almas, la caridad que enaltece a los hombres y la fe “que mueve montañas” estaban desapareciendo de la Tierra.
  No recordaban lo que habían padecido sus ancestros: las plaga, el fuego, las inundaciones y aquella Crucifixión; eran solo anécdotas, no les importaban ciertas advertencias de los Dioses cualquiera  que ellos fueran: el placer, la degradación y la concupiscencia se iban apoderando de sus vidas pese a los avances del progreso.
 Afortunadamente los niños en su totalidad quedaron marginados: la inocencia, la ternura y la pureza que se refugiaron en sus espíritus los salvaron de la hecatombe.
 Algunos hombres pretendieron envilecerlos utilizando recursos casi incontrolables, por ellos inventados, como la televisión, las computadoras, los robots, y hasta la hipnosis colectiva que adormece la mente, endurece los corazones y estimula los bajos instintos con el deseo inconfesable de convertirlos en rebaños, inclinados hacia el mal como si Satanás hubiera regresado de las tinieblas.
  Fue entonces que los terráqueos comenzaron a pensar sádicamente en avasallar también el firmamento, y así lo hicieron. La bóveda celeste comenzó a temblar dentro de su natural mutabilidad: el Centauro, la Cruz del Sur, la Carena, la Magnífica Polar, las Pléyades, todas tenían un extraño presentimiento: pronto serían violadas mediante lo que los hombres llamaban el avance científico altamente pregonados por su propia estupidez.
  La pobre Luna tenía una cantidad de banderillas clavadas en su estructura: parecía un enorme queso con carteles de venta… Estaba triste y avergonzada por las humillaciones sufridas; Marte había enrojecido aún más de vergüenza, Saturno temblaba pensando si podía conservar sus hermosos anillos; la traviesa Venus estaba cada día más triste: lo mismo sucedía con todos los astros y planetas; ni siquiera el imponente Plutón podía recorrer su órbita tranquilo. ¡Y qué decir del malestar de las estrellas! Los cálculos científicos, cuyas distancias medían en años luz, las hacían vulnerables. ¡Cuántas humillaciones sufrieron! Los hombres las analizaban, las desnudaban impúdicamente con aparatos colosales para robarles tanto esplendor y belleza conservados durante miles de millones de años. Hasta el viejo Halley otrora imponente y arremetedor había sido cruelmente violado con sondas y cohetes que transformaron su espléndida cabellera en un penacho ridículo de lucecitas desparramadas en el cielo.
 Había que terminar con las violaciones y también acabar en una forma u otra con los habitantes de la Tierra; mejor aún con ella. Y comenzó la más universal de las rebeliones: la Gran Rebelión Sideral, para restaurar la armonía en el cosmos que la humanidad estaba destruyendo. Las estrellas hermanadas en el gran proyecto, espléndidas e imponentes comenzaron a comunicarse con destellos telepáticos que solo ellas conocían.
 Como en toda rebelión hubo un cobarde: el Ikeya-Seki, que amó a la Tierra cuando se acercó bastante rozándola en el horizonte, no quiso participar para destruirla y escapó hacia el otro lado del infinito.
  Nunca se supo quién dio la orden, ni si la hubo: fue casi una inspiración simultánea del Universo contra la pervertida Tierra, que voló en millones de pedazos incandecentes, cuya explosión se originó por los rayos enviados por las ofendidas estrellas en rebelión.
  Antes del desastre, la humanidad adormecida por los vicios, distraída en guerras sin sentidos, y absorta en su prodigiosa tecnología no se percató que la totalidad de sus niños mientras dormían fue transportada al Planeta de los Ideales en un camino de luz y atravesó órbitas, eclipses e inconmensurables distancias poniéndolos a salvo de la perversión. Por siempre siguieron siendo niños conservando su pureza, su ternura, y su inocencia; la alegría y el amor fueron una constante en sus vidas que duraron tanto como las estrellas que se rebelaron y los salvaron. Fueron felices para siempre amados y cuidados por los Ángeles del Dios Creador, las divinidades del Olimpo Pagano y los Espíritus sublimes de todas las religiones. De su memoria se borraron las malas experiencias vividas en una Tierra decadente cuyos moradores olvidaron su pequeñez ante la sublimidad de una noche estrellada o la espléndida aparición de un cometa.